EL PAÍS: “Me llegan a preguntar hace años si se podía hacer y diría ‘estás loco, es imposible esto'”. Jon Guajardo, gerente del área asistencial de Barrualde-Galdakao (Vizcaya), fue el encargado de lidiar con la mayor prueba de estrés a la que se ha visto sometida nunca la sanidad. Su hospital llegó a tener incrementos del 20% diarios en ingresos de nuevos pacientes con coronavirus. La semana crítica fue la del 23 al 29 de marzo. Hubo que vaciar la planta psiquiátrica y trasladar a los enfermos a otro centro, abrir una unidad nueva de hospitalización en el gimnasio de rehabilitación, crear 10 camas de UCI en el hospital de día, dar altas rápidas en cuanto los pacientes estaban estables para que pudieran entrar nuevos… De 16 unidades, 13 se llenaron de pacientes de covid-19. “No llegamos a colapsar, pero fueron momentos muy difíciles”, recuerda.
“Los datos confirman el extraordinario esfuerzo —auténtico heroísmo— de los profesionales y los gestores de los centros para adaptarse a una avalancha de enfermos, muchos graves y necesitados de UCI”, señala Félix Lobo, profesor emérito del Máster de Evaluación Sanitaria de la Universidad Carlos III de Madrid, que valora también la “flexibilidad y capacidad de adaptación” que han demostrado. Pero apunta a varias “enseñanzas” de las que habrá que tomar nota en el futuro, como la importancia de la planificación. “Más importantes que los recursos físicos (número de camas, respiradores…) son los profesionales bien preparados”, asegura. “No parece haber habido mucha coordinación entre comunidades autónomas. ¿Compartimentos estancos también en pandemia?”, se pregunta. “Los sistemas de información han fallado y se ha visto que no están coordinados”, añade.
Para evitar el ingreso de tantos pacientes, varios equipos formados por personal del hospital se desplazaban a los domicilios para atender a personas con gravedad moderada. En las estadísticas cuentan como hospitalizados, pero en realidad estaban en sus casas, incluso aunque necesitaran tratamientos intensivos como oxigenoterapia o perfusión intravenosa de fármacos. También se medicalizó un hotel, que llegó a tener algo más de 100 pacientes, para los casos en los que no se dieran buenas condiciones en el domicilio. “La semana del 23 fue la peor”, recuerda Martínez. “El hospital abría una nueva planta covid cada día o como mucho cada tres días. Llegamos a abrir dos simultáneamente el mismo día”. Martínez cree que ante un nuevo brote el sistema ya sabría dónde están las fortalezas y las debilidades: “Sería más fácil que la primera vez, pero tenemos el limitante del cansancio de los profesionales. Necesitan recuperarse”.
En el hospital de Las Cruces de Bilbao el protocolo que dio con la clave para atender a los pacientes de covid-19 era la versión 14 de un documento que empezó a cambiar nada más llegaron los primeros enfermos. “Habíamos empezado a trabajar unos meses antes en un protocolo para incidentes con múltiples víctimas, pero nada específicamente de una pandemia: era más enfocado a un ataque terrorista, un gran accidente de transporte, etc. Algunos elementos nos sirvieron de base para esto, pero no teníamos nada específico para una situación así”, comenta Gonzalo Tamayo, del Servicio de Anestesiología y Reanimación del Hospital. Se considera afortunado por los recursos, humanos y materiales, con los que cuenta su centro, que asumió la carga de los que se iban saturando en el País Vasco. El centro llegó a tener abiertas simultáneamente 90 camas de pacientes críticos de covid-19, todas con respiradores, más 25 de críticos por otras patologías, cuando su capacidad normal es de 69 camas. Una clave de este logro fue aprender a gestionar la información de tantos pacientes gracias a una colaboración con una startup que les permitió recopilar y analizar los datos.