Sanidad líquida (da)

PÚBLICO: Desde que Zygmunt Bauman publicara en 1999 su libro La sociedad líquida, hemos asistido a mil y un usos torticeros de ese concepto. El más reciente ha sido el protagonizado por el consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid, diciendo que hay que avanzar hacia una "sanidad líquida".


Si esto no fuera tan serio, podría hacernos gracia que en medio de la mayor crisis de los servicios públicos de salud de la última década (crisis de gestión, claro, como crisis sanitaria no hay parangón a la pandemia) el consejero abrazara el uso paulocoelhizado de conceptos sociológicos. Sin embargo, el asunto es serio y cabe preguntarse qué quiere decir el consejero de sanidad de Madrid cuando habla de sanidad líquida.

El asunto parece bastante sencillo, básicamente se refiere a que vayas olvidando el nombre y apellidos de tu médica de familia o tu enfermera, porque cada vez que vayas a tu centro de salud te va a atender una persona distinta. La sanidad líquida del consejero también es quitarle el segundo apellido a la medicina familiar y comunitaria.

Porque lo líquido en Bauman es justamente la ruptura de los vínculos sociales sólidos. El "médico para toda la vida" no existe en el imaginario sanitario del gobierno de Ayuso, y esa relación prolongada en el tiempo (longitudinalidad, la llaman quienes estudian sistemas sanitarios) se sustituye por contactos puntuales con el profesional que toque cada día y por el medio que esté disponible en cada ocasión, ya sea presencial o telemático.

En realidad no es que ese disfrute de un mismo profesional que te conozca y te acompañe durante la vida vaya a desaparecer; simplemente, lo que propone el gobierno de Ayuso es que deje de ser algo público. Es probable que en unos meses, si caminamos por la terminal de llegadas del AVE en Atocha podamos levantar la vista y ver un mega-cartel publicitario de una aseguradora privada ofertándonos un profesional para toda la vida. Lo cierto es que no se discute lo bueno de esa longitudinalidad, lo que ocurre es que no quieren que tú lo disfrutes.

Por otro lado, lo líquido también supone una afrenta a una de las características fundamentales del sistema sanitario: la seguridad. La solidez del sistema es una red tupida que está ahí para cuando te caigas. Una certeza que hace que no tengas que estar guardando hasta el último céntimo que cae en tus manos por si acaso un imprevisto se cruza en tu camino y te hace enfermar o tener un accidente cuyos cuidados tengas que sufragar con tu dinero.

Esta apuesta por la sanidad líquida hay que contextualizarla bien. Surge de unas declaraciones dadas por un consejero en horas bajas ante un grupo de fieles adeptos y, probablemente, en un momento de engorilamiento ideológico. Esta situación no parece la óptima para afrontar una crisis en la que es la mayor partida de gasto de un gobierno, la mayor preocupación de una población y el mayor bien de una sociedad. Sin embargo, el Gobierno de Ayuso conduce un vehículo con un solo pedal, el acelerador, de modo que ante situaciones de dificultad solo sabe pisarlo. La apuesta por desterrar a los médicos y médicas de la Atención Primaria y amputar la longitudinalidad en favor de una sanidad líquida es el enésimo ejemplo de ese acelerar sin fin ante situaciones políticamente adversas.

Que la sociedad es líquida, en el sentido de Bauman, no en el de Ruiz Escudero, señala que los vínculos sociales son más débiles, frágiles y cambiantes. Esa es una realidad. Que algo como la Atención Primaria tenga que asimilarse a eso es lo que entra en el ámbito de lo discutible. Cómo lograr que haya longitudinalidad en tiempos en los que ni el trabajo ni la pareja son para toda la vida es un reto para los sistemas sanitarios, pero es que tener un mismo médico de familia durante 15 años reduce la mortalidad un 25%, los ingresos hospitalarios un 28% y las visitas a urgencias un 30% (8%, 12% y 13% respectivamente en el caso de tenerlo 2-3 años seguidos). Acabar con esta relación duradera en el tiempo o hacer que sea algo solamente al servicio de unos pocos es, sin lugar a dudas, una agresión a la población y un cambio de modelo mucho más profundo que privatizar la gestión de los hospitales, por poner un ejemplo reciente.