Las vergüenzas al aire de la sanidad pública

EL PAÍS: Con tres años más me habría librado del MIR para trabajar en la sanidad pública (por la Directiva Europea del 95) excepto en verano, falta personal y da igual que tengas especialidad o no. Una oposición para acceder a 3 años de formación, curtiéndote al asumir responsabilidades que no correspondían y recompensados con quien sigue despertando a mi lado, aunque no tuviéramos las jornadas de Anatomía de Grey.


A lo largo de mi andadura como médica de familia, he ido de gira por muchos pueblos de la Comunidad Valenciana, aunque sin el glamur ni el presupuesto de una banda de rock, con las agujetas de aquellas recetas a mano y haciendo mucha pediatría, aunque computara la mitad de tiempo trabajado.

He firmado y cobrado contratos de un solo día, incluso meses después de haberlo trabajado, cual prostituta de la administración: “le agradecemos los servicios prestados”.

Y llegó el contrato de guardias, una ONG encubierta, no quedaba presupuesto para pagarnos, pero había que inaugurar la Atención Continuada, aunque faltara una habitación, no tuviéramos dispensador de agua, ni dietas, ni vehículo para domicilios,... qué mejor que tu propio coche para salir zumbando del centro, asumiendo tú el combustible y la peligrosidad de la urgencia.

Lo de casarme sin permiso, sin comentarios.

La primera nómina llegó 3 meses después de empezar, 6 euros/hora sin considerar nocturnidad ni festivos, mientras la señora de la limpieza del centro ganaba 9.

Turnos de 17 y 24 horas en esas condiciones, demasiado duré. Lo mejor de mis 9 meses de contrato: el equipo, y mi renuncia a lo Escarlata O’Hara en Personal: “A Dios pongo por testigo, que no volveré a hacer guardias...”.

Las condiciones de aquél contrato basura fueron mejorando, aumentaron sueldos y pusieron vehículo para emergencias, pero que no me esperen.

Llegué a Planificación Familiar, un oasis sin urgencias vitales ni domicilios, mujeres sanas en su mayoría, consultando asuntos sobre su sexualidad, sin prisas, con música de fondo y con tiempo suficiente para destapar dolores, maltratos o intentos de suicidio no confesados hasta entonces, pero el covid fue un punto de inflexión.

Nuestras unidades de salud sexual se mantuvieron abiertas aunque al principio no tuviéramos las mascarillas adecuadas. No asumíamos los riesgos de una UCI ni hacíamos domicilios, pero los dius, implantes o ecografias indispensables, ignoraban la distancia de seguridad.

La Generalitat Valenciana premió económicamente a algunos por el esfuerzo, nosotras fuimos olvidadas como Maléfica.

Los aplausos se convirtieron en exigencias cuando el mundo se abrió a quienes estaban aburridos en sus casas ordenadas, y los centros sanitarios se convirtieron en dispensadores a demanda.

El planeta pasó del modo Pausa al de Impaciencia, ahora me llegaban urgencias tipo “quiero un diu ya”, o incluso por redes sociales, algunas sin pudor, pretendiendo solucionar allí consultas imposibles.

Ya en las urgencias hospitalarias del siglo pasado, muchos compartíamos la percepción de que el uso de las mismas necesitaba un filtro. Cuánta gente acudía allí sin precisarlo, y la situación ha empeorado claramente.

Complicado atajar un problema contentando a todos y olvidando lo políticamente correcto. No podría ser Consellera ni me llamarán para Ministra.

La profesión sanitaria en este país, hemos sufrido lo que no está escrito.

Pocas carreras implican tantos años de formación y servicio, robados a familia o amigos, para que los niveles de intrusismo y ninguneo frente a nuestra responsabilidad y dedicación sean vergonzantes.

No se trata sólo de un sueldo como el de nuestros colegas europeos, sino unas condiciones dignas, donde no suponga un castigo volver de vacaciones o de un permiso por defunción de un familiar.

No se puede asumir que no haya dinero para cubrir esos días en nuestras unidades, la excusa de no haber sustituta ya no vale.

Interina 11 años, sin oposiciones desde 2009 y ahora que tengo méritos, prácticamente no computan.

Visitar hasta 40 usuarias al día no es ético ni decente.

Asumo una población que casi triplica lo deseable y cada una de las componentes del equipo es esencial, aunque desde los despachos de arriba se ignore.

Las caras nuevas en gerencias y direcciones con los cambios de gobierno son una realidad.

Ojalá nuevos vientos para avanzar y seguir destapando vergüenzas que no me caben en 700 palabras.